Éste es el primer post sobre restaurantes de carretera. Aún no sé por qué no había empezado esta categoría. En la carretera también hay buena cocina, gastronomía de nivel y espacios para el disfrute y el descanso.
Este primer post está dedicado a un restaurante donde he tenido que parar por cuestión de horario. Simplemente casualidad. No ha sido nada dirigido.
No es un refrán, pero tiene casi la validez: «donde veas que hay muchos camiones parados, ahí se come bien y barato».

No era el caso en cuanto a los camiones se refiere, pero si había muchos coches. Así que, como tenía hambre, me paré a comer en este sitio.
Tiene una gran barra, como cabía esperar. Tiene una estupenda tienda de alimentación y vinos, como suele ser en este tipo de sitios (especialmente en La Mancha). Compré un queso manchego viejo, curado en manteca. Según me comentaba el dependiente, así es como los curaban en la Edad Media. No sé si es cierto o forma parte de una imagen añadida para comercializar el producto con un poco de romanticismo.
En todo caso, el queso es magnífico.

Pero, si vamos a lo que nos ocupa, además de esta entrada con barra y tienda, nos encontramos con unos salones que bien podrían albergar unas bodas reales, por la extensión. Decoración manchega y espacios amplios, muy amplios. Bien acondicionados, bien servidos. Un lugar tranquilo y agradable donde comer y relajarte después de un montón de kilómetros.

De primero, una excelente sopa de cocido. Servida en un bonito cuenco, calentita como para no pasar frío el resto del invierno.

De segundo, pedí que me recomendaran algún plato del terreno. Pero, mientras esperaba ese segundo plato, pedí un par de morcillas oreadas de Cuenca.

Estas morcillas (para quien no las haya probado) son de cebolla, como las de otras partes de España, pero se comen fritas después de un periodo de secado y oreado. La piel se queda crujiente (se come) y tiene un sabor muy agradable y potente. Éstas en particular estaban buenísimas. Realmente, no esperaba otra cosa. Estamos en la zona donde mejores morcillas de este tipo me he comido y he comido muchas.

Así llegó el segundo plato recomendado: gacha con panceta. Una sopa espesa, o una crema (según se mire), hecha con harina cocinada con pimentón (dulce de Murcia). La panceta estaba muy crujiente. Se toma un trozo de panceta y se moja (o más bien se sumerge) en la gacha para terminar en la boca y deleitarte del suave sabor del conjunto. Es un plato realmente diferente. Básico, de cocina antigua y contundente, pero sorprendentemente suave.

Finalmente, un arroz con leche para endulzar el paladar antes de retomar el camino hacia Madrid. Muy rico.
Un buen establecimiento, muy recomendable. En ese punto kilométrico hay otro restaurante, pero, aún no lo conozco. Espero poder conocerlo y comparar.
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