La torta de chicharrones es lo que un nutricionista actual te diría que es lo menos adecuado para tu salud. Pero, es posible que un siquiatra te diga que aporta satisfacción a tu cerebro, te hace segregar hormonas de la felicidad y eso siempre es bueno. Posiblemente un cura -de los de antes- te dijese que está tan buena que casi es pecado. Y, una abuela (de las de antes también) te diría que, además de estar muy buena, aporta energía: no pasarás frío en invierno ni te faltará energía para trabajar o hacer deporte (ejercicio, hubiera dicho).

Efectivamente, sus ingredientes aportan sabor y energía a nuestro organismo. Todos los planteamientos son válidos, pero resumiendo, todo lo que se consume con moderación es bienvenido. Los excesos se pagan, con la salud o con la penitencia. Que cada uno elija.

Lo cierto es que esa mezcla de sabores que supone el azúcar, el azúcar caramelizado y los chicharrones de la manteca de cerdo fritos o tostados en el horno, es una delicia casi pecaminosa. Y qué decir de las texturas. Lo crujiente del chicharrón y la masa, el azúcar…
Para los golosos puede ser la perdición. Para los diabéticos un pico de glucemia importante. Para todos, un gusto supremo que llega a nosotros venido del pasado, en el que lo simple primaba por la escasez de ingredientes. Y, como todo lo simple, pervive. Un sabor que resiste al tiempo y a las tentaciones de la repostería y confiterías finas.
En este post no voy a dar receta de la torta de chicharrones porque hay muchas y buenas en internet. Pero, si quiero decir que hay tres zonas de España donde hay larga tradición de consumo de torta de chicharrones: Segovia (cerdo blanco), Extremadura (cerdo ibérico) y Murcia (cerdo blanco). En las tres hay larga tradición de producción ganadera de porcino (aunque ahora se cría ibérico mezclado en todas partes), causa principal del uso de los chicharrones de la manteca de cerdo.
Hay muchas variaciones de recetas. Yo me atrevería a decir que todas buenas. Al menos, las muchas que he probado.
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