Para los que hemos nacido en el este o sureste de España, lo de tomar arroces en Madrid (lo digo con todo el respeto y obligado por la experiencia) de tipo mediterráneo español (que no risottos) lo llevamos con cuidado. La intención es siempre disfrutar y no cabrearte. A veces los sabores no son los de allí, por más que el chef o cocinero del momento crea que ha reproducido los gustos y la forma de cocinar de mi abuela.
Como decía, he tenido malas experiencias en renombrados restaurantes, a los que respeto y me gusta ir, pero no a comer arroces de este tipo. Como periódicamente me planteo no tener demasiados prejuicios y no limitarme a mi mismo, he decidido de nuevo tentar a la suerte.
Pero, después de este rollo que me he marcado de entrada, tengo que decir -antes de entrar en materia- que el restaurante es excelente y el arroz también está al más alto nivel que podamos exigir.
Al llegar, para hacer estómago y mientras venían las bebidas, unas aceitunas aliñadas con hierbas aromáticas (creo que sobre todo orégano) y ajo nos esperaban en la mesa, además de un cuenco con tomate triturado con aceite y cebollino. Muy agradables para mis gustos y como preámbulo de lo que iba a comer después.
Ya con unas cervecitas hemos tomado unas estupendas anchoas de Santoña en aceite de oliva virgen extra (como no podía ser de otra manera).
Hemos pasado a algo más mediterráneo y también de sabor fuerte: unas tostas de sobrasada de Mallorca con piparras vascas (por lo de integrar territorios). Superior.
Seguidamente llegó el arroz negro que había pedido el día anterior, que es el centro de este día de disfrute. El grano perfecto, en su punto. Ni duro ni gacheado. La tinta (hay que cocinarla muy bien porque si no te puede sentar muy mal) y la sepia perfectas.
El sabor, sublime. No se puede pedir más. O ¿quizás sí? Sólo una cosa más para este tipo de arroces: los de esa zona somos muy adictos al alioli.
Así que he pedido un cuenco de alioli para mezclar con el arroz, como se hace con el arroz a banda alicantino o el caldero del Mar Menor en Murcia. El alioli era suavecito, pero me ha comentado el amable camarero que nos atendido, que si lo pido el día anterior, también me lo pueden hacer fuerte a mi gusto.
Las raciones también perfectas porque había más de lo que fuimos capaces de comernos. Totalmente satisfechos.
Felicito a estos señores de Berlanga.
Terminamos con un brownie con helado, muy bueno.
La comida estuvo acompañada de una botella de Malleolus (Ribera del Duero). El precio: estoy tan satisfecho que no puedo poner un pero. En torno a 90€/persona. Muy, muy especial.
El restaurante Berlanga se encuentra en la Avenida de Menéndez Pelayo nº41, frente al Retiro.
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