Pocas cosas de las que en otro tiempo se consideraban de la vida cotidiana me generan tanta simpatía, nostalgia y veneración como un botijo.
Ahora es más bien difícil encontrar un buen botijo en la gran ciudad. Sí, ya sé que hoy lo puedes encontrar todo por internet. Pero, si, simplemente sales a la calle y buscas un establecimiento que comercializa botijos, es muy probable que la caminata sea larga.
Sé que en la ciudad de Murcia sigue habiendo un establecimiento tradicional que se llama «El Botijero» dedicado a la loza y el menaje que, en sus orígenes, vendía botijos. No sé si en la actualidad sigue haciéndolo.
Los botijos los tienes bonitos y feos. Funcionales y decorativos. De arcilla blanca o roja. Grandes y pequeños. Mejores y peores. Pero sobre todo en la actualidad, ausentes de nuestras casas.

Antiguamente las formas de los botijos cambiaban en función de su procedencia. Los tenías más esbeltos o más panzones. Más finos o bastos en su acabado. Recuerdo que ceramistas artísticos en los años 70 empezaron a experimentar con formas atrevidas, en una especie de psicodelia del chorro de agua fresca. Se experimentaba con las formas porque, especialmente en zonas de mucho calor, el botijo estaba presente en todas las casas y esas formas hacían parte de las tendencias expresivas.
Pero, realmente, la razón de existir del botijo es funcional.
El botijo: una solución práctica y ecológica.
El nacimiento del botijo se pierde en la noche de los tiempos. A buen seguro nació de la observación de nuestros antepasados y en lugares muy distantes.
El objeto del botijo en su origen era contener agua y poder transportarla con facilidad si era necesario. Una suerte de cantimplora hecha de cerámica que, a buen seguro, hizo que el usuario se diera cuenta de que el agua del botijo estaba más fresca que el ambiente. Además, permitía tener el agua lejos de insectos y otras alimañas que pudieran dejarte sin agua en el momento que más lo podías necesitar.
Una boca grande para llenarlo con facilidad y una boca chica para poder beber a chorro cómodamente. Dos orificios que se podían obturar para evitar los insectos. Hay constancia de que los primeros tenían un sólo orificio para los dos usos, pero ya sabemos, el hombre aprende con el tiempo.
¡Cómo me gustaría que tantos políticos y burócratas ecologistas y agendistas se parasen a calcular el ahorro energético que podría suponer para Europa no enfriar el agua de bebida en frigoríficos para consumo doméstico! Pero, claro, no existe un lobby del botijo que pueda hacer presión para conseguir la implantación obligatoria en todos los domicilios y un calendario de uso y unos cursos sobre el correcto uso de este aparato.
Para los que se puedan volver locos buscando por donde se enchufa o si es que tiene recarga inalámbrica, hay que decirles que este genial invento de la humanidad primera enfría el agua por la absorción de energía que hace el agua que transpira -y se evapora- de la que queda dentro del botijo, lo cual hace que ésta se enfríe. Magia de chamanes.
Aquí dejo modelo matemático que D. Gabriel Pinto y D. José Ignacio Zubizarreta de la Universidad Politécnica de Madrid desarrollaron para un botijo esférico en 1995 para que lo puedan estudiar, incluso en la ONU (fuente Wikipedia).
donde:
= volumen del agua
= tiempo
= capacidad calorífica del agua
= temperatura del agua
= temperatura del aire
= temperatura de la superficie del agua
= área de la superficie externa del agua
= área de la superficie total del botijo
= área del agua en contacto con el aire
= calor de vaporización del agua
= coeficiente de convección
= coeficiente de radiación de calor
= coeficiente de transmisión de calor del agua
= coeficiente de transferencia de masa para el agua
= humedad de saturación
= humedad del aire
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